Marketing busca desde siempre subirse a cualquier noticia para ser novedad y llamar la atención. Desde las efemérides diarias hasta cualquier evento deportivo exitoso, las marcas quieren estar donde haya interés. Si es una noticia que genera y despierta emociones, mejor. Es un reflejo natural, que suele generar buenos resultados.
Pero hay “límites” en esto de hacer cierto marketing.
El límite es cuando ese dolor y emoción es muy profundo e involucra muertes y fallecimientos de gente querida y muy popular. El límite también está cuando la irracionalidad de ese sentimiento lo hace libre de cualquier intención de querer adueñarse y poseerlo. El límite está cuando ese subirse a ese tren es por el hecho solo de estar, y con el solo objetivo de estar a las luz de todos, sin más sentido que eso y sin un sentimiento real que lo justifique. El límite es aún más necesario, cuando lo que ocurre no es otra cosa que una tristeza inmensa masiva donde no hay nada bueno que esperar que no sea el duelo y que el tiempo curador pase. Son límites que no se deben pasar, y el marketing debe acatar.
Por suerte, las marcas se han portado muy bien; las que se subieron al barco en forma grotesca han sido pocas y de forma aislada. La mayoría lo hizo en forma cuidada, sutil o con la delicadeza del caso. En algunos casos, el mero silencio fue la mejor acción. Felicitaciones.
Es muy tentador traspasar esos límites, muy. Si no miren a los políticos como nos han dado cátedra sobre esto, desnudando sus miserias sin vergüenza ni escrúpulos, y seguramente despertando el efecto marketinero contrario.
Con ganas de cumplir y compartir ideas, esta nota seguramente peca de lo mismo que critica. Perdón si así fue, perdón si se cayó en lo mismo que se denuncia. Si ese es el caso, mis más sinceras disculpas.