Estos primeros artículos que aparecen en el blog, son notas que han salido publicadas en medios gráficos en los últimos tiempos. Una especie de entrada en calor …
Esta nota la escribí hace unos meses con mi mujer. Tal vez un poco larga, pero vale la pena …
El consumidor se encuentra hoy ante un mercado lleno de ofertas. Por cada rubro, por cada ítem, por cada negocio, existe una amplia variedad de productos, servicios, marcas, etc.
Las opciones son muchas. El consumidor común se encuentra entonces ante varios desafíos: el primero, el qué y cómo seleccionar, y el segundo, el cómo dimensionar si todo lo que se le presenta es realmente necesario. El acto de consumir puede parecer entonces un ejercicio difícil y de reflexión. Sin embargo, la oferta le facilita su decisión al consumidor. Todo lo que se ofrece, parecería ajustarse al deseo del que consume, como si para cada persona existiera algo realmente “hecho a medida”.
La invasión de ofertas supera las fronteras de la subjetividad y las imágenes desbordan la mirada del consumidor. Todo cuenta, para ganarse el favor del consumidor. En un mundo tan competitivo, los imperativos están a la orden del día: “Llame ahora. No lo dude. No se arrepentirá. No te lo podes perder. Para vos, mujer.”, etc. Prima la obligación o el deber, el tener que “consumir”, sin mucho esfuerzo o reflexión., ¿Para qué pensar? Ya otros pensaron por él.
Las fórmulas mágicas y las promesas de solución inmediata, de felicidad eterna, suelen ser tentadoras, sobre todo para quienes el presente se vuelve cada vez más desalentador. Entonces, que mejor que una voz encantadora y dulce, o una imagen armoniosa, pasen a un primer plano y se conviertan en las mejores consejeras.
Pero, si todo esto abunda, si las elecciones no son tales, si todo es tan fácil, ¿qué sucede con el rol del consumidor? ¿Qué sucede con su responsabilidad? En definitiva, ¿quién es el que finalmente decide?El consumidor no debe ser “víctima” de las ofertas. El consumidor tiene el derecho adquirido de decidir y “dudar”. Si se excluye la duda, si el consumidor toma distancia de sus legítimos derechos y se entrega dócilmente al discurso externo, su singularidad permanece abolida, aplastada por el “todo vale”. No todo es posible, no todo vale.
El creer que “consumiendo” todo se puede lograr, que todos los sueños se cumplen y que todas las miserias desaparecen, se asimila más a un engaño que a una promesa “encantadora”. El consumidor se encuentra así “atrapado”, dentro de un círculo sin fin, y si fue engañado, busca saciar su pena con otra oferta “tentadora”, y así sucesivamente. ¿Cómo se sale de esa trampa “encantada”? La duda podría ser uno de los caminos.
Quizás el poder reflexionar y formular preguntas sería más sensato, que buscar miles de respuestas acerca de lo que se quiere. Si el consumidor puede interrogarse y poner en juego aquello que tenga que ver con su deseo, sería posible el cambio. El acto de la duda estaría así relacionado con el sentido, con los valores, con las elecciones personales, con el ser y el querer ser.
Es a partir de la duda, que se puede pensar, se puede elegir, se puede ir un poco más allá de lo inmediato. La duda abre al campo de la subjetividad, de la pregunta, del trazo, posibilitando que el sujeto se efectúe en el acto. Es Descartes quien parte de la duda y emprende el camino de la duda porque lo considera el camino más seguro de encontrar algo absolutamente seguro, si es que lo hay. Forzar la duda para ver si hay algo capaz de resistirla, de modo tal que algo sea absolutamente cierto.
La duda es pues, metódica, porque se la emplea como instrumento para llegar a la verdad y no al modo de los escépticos, esto es, para quedarse en ella. Obviamente, el pensar conduce a asumir riesgos. Sin embargo, y aunque los tiempos que “corren” son cada vez más acotados, el derecho del consumidor a dudar y a elegir, puede y debe seguir vigente.