Estamos en una era donde el cambio es moneda corriente en la jerga gerencial. Aquello que mide y rinde es hablar de transformación, y si le agregamos la palabra “digital”, más que más. Barajar y dar de nuevo, modificar radicalmente, alterar el status quo y vislumbrar escenarios totalmente distintos es lo que más se escucha y lee.
Cambiar es la clave, el cambio por el cambio muchas veces, sin importar el como y porque. Sino cambias, No sos moderno ni actual. La agenda es de transformación: siempre.
Este cambio “impuesto” contextualmente da letra a los discursos gerenciales donde el cambio es el titular y contenido predominante.
Ahora bien, ¿todo este discurso de cambio … representa cambios de verdad?
Muchas veces, el verdadero motivo de este gran discurso, es presentar un cambio superficial para esconder una gran debilidad: cambiar si, para que nada cambie.
El discurso por el discurso no alcanza. Puede calmar fieras o ansiedades seguramente, queda bonito y bien, pero puede no ser suficiente, si detrás NO hay una verdadera agenda de cambio. ¿Por qué entonces esta desconexión? ¿Por qué el cambio real no ocurre y es solo pura saraza?
Porque los cambios son difíciles, requieren tino y conocimiento, timing y agallas, y sobre todo tienen costos. Costos medibles, mensurables y esperables, pero seguramente altos y dolorosos. Donde detrás de ese cambio hay verdades de Perogrullo pero también riesgos no fáciles de asumir. Todo en un mismo combo sin poder de discernimiento o fraccionamiento.
El verdadero cambio no necesita gran marketing ni grandes presentaciones. Es una agenda muchas veces sin grandes voces o escenarios. Pero necesaria. Tengamos olfato para detectar el cambio no cambio. Porque sino, puede ser tarde.