Por estos días la película Relatos Salvajes ha ganado comentarios en distintos medios y en los ámbitos privados. Seguramente, una de las mejores películas argentinas de los últimos años. Para los que no la vieron, va el tráiler promocional.
La idea de esta nota no es hacer una crítica de la película, sino compartirles lo que nos puede dejar de enseñanza la misma al marketing.
Hace tiempo que se habla del “storytelling”, y como una forma efectiva de poder llegar a los consumidores es proponiéndoles historias que los movilicen, los conmuevan, los emocionen. Esto es lo que logra y con creces la película. Podríamos destacar los actores, la dirección, el arte…pero la clave es la identificación que logra en el público.
Pero, ¿qué identificación? El espectador se puede ver más o menos identificado con lo que les pasa a los actores en la película. Son situaciones normales, cotidianas, posibles, por lo menos al principio. Pero la película lleva las situaciones a extremos. Donde el que está en la pantalla, el actor, nuestro espejo, actúa no como un ser normal sino como un ser claramente patológico. Un loco, un loquito, un sacado.
Ahí está la clave.
¿Por qué? Porque la película te muestra situaciones, donde podrías ser vos el protagonista, y ahí está la primera identificación. Pero cuando la situación se extrema, la identificación sigue pero se condiciona, porque nunca vas a hacer lo que hacen los protagonistas. Porque no te animas, porque sos una persona cuerda, y esa cordura te pone un límite. Un límite necesario que respetas y se entiende necesario para la convivencia entre pares, para la vida en sociedad, y el cruzarlo te expone a riesgos muy altos (desde físicos, morales hasta la posible pérdida de la libertad). Resulta imposible en la vida real. Pero muy vivo, casi real, en la película.
Es en esa mirada que te propone la película, donde está su encanto. La película te lleva, te transporta por un rato a un espacio muy atractivo, muy interesante de imaginar. Te expone a situaciones originales reales que le pueden pasar a cualquiera, pero a la vez te incomoda, porque ese escenario de insania juega entre lo posible y lo imposible: se tolera poco pero se llega a disfrutar. Las comicidades y latiguillos de la película distienden esa sensación y dan rienda sin culpa al disfrute.
¿Qué podemos aprender desde el marketing? Que hay un espacio para jugarse desde el contar historias, que los consumidores aceptarían gustosos. Que hay cuerdas a tocar que los consumidores esperan que las busquemos y las hagamos sonar. Que hay gran terreno por explorar en la identificación extrema, en el sentirse identificado con el ser y con el poder potencialmente ser. Más allá que nunca lo seas.
No es verdad que los consumidores no se sorprenden ya con nada y nos prestan poca atención. La atención sigue estando. Pero se corrió para arriba, en un espacio donde para llegar hay que jugarse más. Agudizar el ingenio y entrar en terrenos que requieren creatividad, trabajo, y saber y querer innovar. Incomodos, jugados, distintos. Pero satisfactorios si se hace bien.
Sea entonces Relatos Salvajes una gran lección para los que hacemos marketing. Sea también una excelente noticia: el contar historias (aun salvajes) tiene valor y gran vigencia.