Les comparto una nota publicada en Linkedin por Patricio Cavalli, que vale la pena leerla. Aclaro que no conocí a Tomás Salvagni, pero al leer la nota es como que lo conocí, de alguna manera. Genial Patricio, valió la pena.
“No voy a decir que era amigo de Tomás. “Amigo-amigo”, porque no, no lo era. Era un amigo laboral. Un poco mas que un conocido. Un poco menos que alguien cercano.
Intercambiaba emails cada tanto. Recomendaciones de LinkedIn. Regalos de fin de año. Yo le enviaba año a año una botella de vino, él mandaba una carta y el almanaque de Clarín.
Solía dejar en algún escritorio el almanaque. Pero las cartas me las guardaba. Porque eran de esas que venían manuscritas. Firmadas de puño y letra. La primera que recibí pensé precisamente en eso. En un mundo que se ha vuelto torpe y prepotente, grosero y sin educación, en un ambiente donde “no answer is the new ‘no’ “, alguien de su nivel jerárquico firmaba sus propias cartas. Las escribía y las firmaba.
Conocí a Tomás cuando yo era periodista de Revista Mercado, en un almuerzo. Junto a otros “clarin boys”, que hoy siguen siendo colegas y amigos.
Después, fui su proveedor. Dejé el periodismo y me dediqué al desarrollo de mobile apps. El equipo de Tomás me dio mi primer proyecto (deautos.com). Trabajé mucho con su equipo, y tuve poca relación de trabajo con Tomás, pero cada vez que me lo cruzaba en los pasillos de Agea o en un evento, me preguntaba por lo que estábamos haciendo. Apps Mobile era el tema de esa época. El siempre tenía una opinión -completamente desacertada- del tema. Pero estaba en tema. Y cada tanto revoleaba la frase mortal: “El precio de la innovación que lo pague otro” (Negociador duro, pero no bobo, porque después, lo pagaba Agea, a la que buscaban tener siempre primera en innovación). Tomás, siempre, siempre tenía otra pregunta al terminar cada charla: “¿Y? ¿Te tratan bien en Agea?”
Y la verdad es que sí. Me trataron siempre bien. El mismo trato cuando fui como periodista, cuando fui como proveedor y cuando voy, cada tanto, como amigo.
Y ahora me queda bastante claro de donde venía el rumbo del cardumen. Si la cabeza orienta hacia un lado, el resto de la manada sigue. Si el lobo jefe es educado y optimista y amable, además de un negociador feroz y un trabajador incansable, la jauría es muy, muy similar.
Leo en Clarín que murió a la edad estúpidamente joven de 48 años. “Solo -dice Clarín-, en su auto.” A metros, dicen, de su manada. “Que podría haberlo ayudado”.
Hace unos días, LinkedIn me pidió que le validara algunas credenciales y habilidades. Son éstas, las de la foto de abajo.
Pura casualidad, puro algoritmo metido a hacerte validar credenciales. Pero una casualidad demasiado casual.
Es sabido que cuando muere alguien querido, la primera fase del duelo es la negación. Las personas le hablan al fallecido como si aún estuviera ahí. En las redes sociales, le escriben en su muro en tiempo presente. Como si el muerto pudiera escuchar, y quien sabe, responder. Somos así los humanos. Simples criaturas para nada dispuestas a entender este terrible y atemorizador misterio que nos acompaña desde que respiramos por primera vez.
Y este es el dilema. Si valido las credenciales, quiere decir que estoy en esa etapa. Pero no me corresponde. Yo no quería a Tomás. No tanto como otros. Le tenía aprecio, sí. Buena onda, mucha. Respeto, enorme. Agradecimiento, gigante.
Pero no amor, como para entrar en fase de negación. Como para manifestar esa negación validando credenciales de alguien que ya no está mas. Hay muchas, muchas personas con derecho a negar su partida. Con derecho a hablarle en primera persona del singular, presente perfecto. A validarle credenciales. A negar.Yo no.
Lo único que puedo hacer es mostrar algo de respeto, cariño, empatía y amor por algunos de sus amigos y colegas. Muchos de los cuales son amigos, colegas y ex clientes míos.
Asique voy a validar las putas credenciales.
No valido un perfil de LinkedIn que todavía existe, pero la lógica indica que ya no debería existir. Cuya razón de ser desapareció en un instante, como todo hilo de la vida, exasperantemente débil.
Valido una trayectoria, un sentido colectivo del respeto profesional y sobretodo, una actitud. Tomás me ayudó. Me dió laburo. Nunca pude devolverle el favor. Lo menos que puedo hacer es esto.
No valido su expertise en marketing, estrategia, branding y online advertising. Valido la única skill que no aparece en LinkedIn: “Cuando murió, el mundo se detuvo a su alrededor, y sus amigos se agruparon para llorar.”
A fin de cuentas, ¿qué más hay?
Chau Tomás. Gracias. All we are is ashes and dust. Patricio Cavalli.”