Pablo es el nombre de un local chico que vende fiambres y también hace sándwiches (atendido “por su dueño”), que queda en mi barrio y es muy conocido y reconocido en la zona – siempre hay cola y la gente habla maravillas de sus productos.
Pablo (“Pablito”) no hace stock o los deja preparados para vender; al contrario los hace uno por uno frescos y a la vista del cliente. Por eso hay veces que hay que esperar (si es tostado son cinco minutos más…) y la gente espera con paciencia sin importarle el tiempo (en esta era de la ansiedad).
Mi hija y sus amigas van seguido a “Pablito”.
Hace unas semanas mi hija especialmente le preguntó si le podía poner kétchup. Pablito le dijo que sí, y vi como sacaba uno de los paquetes que tenía para vender y lo destinó para ponerle solo al sándwich de mi hija. El valor del sachet de kétchup era más de la mitad del valor del sándwich…. Andá a saber si otro cliente le vuelve a pedir con kétchup. También podría haber dicho que no. No fue el caso de Pablo, que eligió cumplir con el deseo de ella.
Hace una semana mi hija pidió como siempre con kétchup. En eso veo que Pablito le indica a una persona que trabajaba ese día con él, que cruce al supermercado de enfrente. Cuando vuelve esta persona, lo hace con vuelto en una mano y con un sáchet de kétchup en la otra. Todo eso lo hizo solo para que mi hija (su clienta) tenga el producto que quiere.
Cuando a veces nos preguntamos en marketing que es lo que hay que hacer para triunfar y ser exitoso, no solo hay que mirar a las grandes marcas, sino a veces las mejores lecciones están a la vuelta de la esquina. Gente como Pablito (o Pablo con mayúsculas) pueden ser de una genuina inspiración. Recomiendo aprender de él, y de paso se comen un rico sándwich (Crisólogo Larralde 1633. Nuñez)