Hace muchos años y trabajando en un banco, me tocó evaluar una empresa para darles crédito. Era una empresa textil que había comprado a otra, funcionando muy bien con unas instalaciones muy importantes y a pagar en cuotas (sin poner nada de cash).
Me tocó ir a verla, era realmente imponente, se dedicaba al rubro textil, y tenía todo integrado el proceso productivo desde el tratamiento del algodón hasta la confección de telas. Con máquinas que se veían nuevas y de buena tecnología. Con un “pequeño” detalle: eran telas de lana, enfocadas para el rubro trajes especialmente.
El final no es muy difícil de adivinar hoy: si hay algo que se dejó de producir y de demandar de parte de los consumidores, es precisamente el uso de trajes de “lana”; esos trajes pesados y caros que me recuerdan a mis abuelos. No le dimos financiación (“la vimos venir”), los bancos que sí lo hicieron se encontraron en un problema, y en pocos años esta empresa próspera dejó de existir. El que la compró tuvo una visión más que corta (y el que la vendió y se la sacó de encima, seguramente la visión correcta).
Es un ejemplo de esos casos que uno se pregunta: ¿qué pasó? ¿Qué película estaban viendo? ¡¡Era 2+2=4!! Era muy fácil darse cuenta por donde iba la cosa (y por donde no iba). No tan fácil.
Increíblemente o no, pasa más de la cuenta. Por múltiples casuales (hábito, comodidad, aversión al riesgo, comodidad del status quo, falta de visión o simplemente incapacidad), es muy común ver como las empresas (sus gerentes) siguen caminando el sendero que a todos luces parece el camino equivocado, y lo hacen sin pestañear. A paso firme, rumbo al precipicio. Es que esa “rara” capacidad de visión , de verla venir antes, saber girar a tiempo (90 o 180 grados) es algo que no es para todos. Los ejemplos abundan. A estar atentos entonces, y con las antenas bien conectadas.