Siempre me gustaron los perfiles de aquellos jefes o gerentes, que piensan que el objetivo es una consecuencia y no el eje central de la gestión. Aquellos gerentes que se involucran en el cómo, que aportan en el que hacer para lograr resultados y que aportan valor para su equipo al momento de actuar, sin monopolizar la atención o no solo haciéndose lo que él dice.
Un jefe que sólo está para definir objetivos, y poner presión para que se cumplan … es un jefe incompleto.
Exigir, ordenar, mandar, “presionar”… es una tarea, pero no es la única o principal. El gerente debe sumar a ese mandato de ejecución y mando, una tarea de asesorar y direccionar, de ayudar a que se cumplan los objetivos (demandantes o no).
No basta con exigir, porque al final de cuentas, el cumplimiento de los objetivos no depende tanto de la arenga, el grito o la insistencia en su cumplimiento, sino en todo lo que se haga (se posibilita, se induzca, se favorezca y guíe) para que pase. Si eso se cumple, la concreción de los objetivos es solo consecuencia del buen trabajo.
En definitiva, los objetivos son importantes, su imposición es necesaria, pero el verdadero jefe debe tener como prioridad su propia responsabilidad en cómo hacer que las cosas pasen, sumando su impronta en ese proceso.