

¿Quién se queda siempre con la última palabra? ¿El que tiene la razón?
En las últimas semanas me pasó de tener intercambios con contrapartes con opiniones distintas, y donde creía (y creo aún) haber tenido la razón. Son las típicas conversaciones donde cada uno comparte un punto de vista diametralmente opuesto al propio, y donde no se llega a ningún acuerdo.
Opiniones encontradas, basadas en subjetividad. Esos casos donde se podría seguir debatiendo o intercambiando opiniones por largo tiempo.
Pero, en un gesto que no me caracteriza, corté la cadena de intercambios. Le cedí la última palabra al otro en estas conversaciones. La dejé pasar. El cierre no fue mío, el final fue de otro, el otro se llevó la afirmación final.
¿Por qué lo hice? ¿Qué me llevó a tanta generosidad?
Ninguna generosidad, simplemente darme cuenta que a veces, seguir, seguir, no lleva a ningún lado. Que no siempre hay que demostrar tener razón ahora para encauzar las cosas mañana. Que a veces conviene dejar que las cosas fluyan (aún en los códigos de otros) porque al final la verdad mayoritariamente decanta. Que a veces, vale la pena retirarse, abandonar, esperar.
Por todo eso cedí la última palabra. Porque entendí que la presunta última palabra puede no ser la última finalmente.