La semana pasada tuve la oportunidad de pasar una semana en Santo Domingo, y me gustaría compartir algunas vivencias relacionadas con el tema “pricing”.
La primera situación fue cuando hicimos el city tour a la ciudad vieja. Contratamos un guía, y en un momento, como es típico en estas excursiones… nos “deja” en un local para que “veamos si queremos comprar algo, sin compromiso. Vimos un cuadro original muy chiquito, y nos gustó. El precio decía $ 2,200 pesos dominicanos (algo así como $250 pesos argentinos). Sabíamos que en el país, se regatea, con lo cual, pedimos un mejor precio. Sin dudar, nos ofrecieron el mejor precio: $1,000. Nos pareció caro, y dijimos que no. Luego de algunas idas y vueltas, ofrezco $500, pero no aceptaron. Ya nos íbamos, y en la puerta nos llaman, y nos dicen “OK”: compramos el cuadro con una rebaja del 77% sobre el valor original.
Contentos, seguimos rumbo, y la sorpresa fue encontrar cuadros similares (no iguales, dado que son originales) en la calle, ofertados a $350 …(continúa …)
Segunda situación: se acerca un vendedor en la playa. Nos ofrece una remera tradicional a US$ 12, como gran oferta. Después de negociar, terminamos comprando 2 remeras, por US$ 10.
Tercera situación: los taxis. Como muchos países, no tienen taxímetro, con lo cual el precio es libre. Si bien existe un precio de mercado ya establecido, todo sigue siendo discrecional. Esto te lleva a que algunos taxistas te quieran cobrar el doble que otros, simplemente por verte extranjeros.
¡Que tema el pricing en Santo Domingo! Uno se encuentra con un grado de incertidumbre tal, que uno nunca sabe a ciencia cierta, si lo que le ofrecen es caro, barato o promedio. Si está haciendo un buen negocio o esta siendo “estafado”. El ejercicio del regateo es estresante y frustante, y te obliga a negociar y entablar un diálogo de “lucha de poderes”. Pero por otra parte es muy tradicional, y sin dudar, tiene algún encanto, y algunas personas lo disfrutan.
¿Quién se beneficia finalmente con esta manera de “formar” precios? Definitivamente, el comerciante, y no el cliente. Es el comerciante el que tiene la mayor información, y la hace valer. Esta forma de preciar, lo que hace es evitar transparentizar el precio real, ya que éste le queda siempre al comerciante. Es él, el que conoce los márgenes, hasta donde ceder y negociar, y hasta donde no. Como los precios están “inflados” desde el principio, al comenzar a “bajar”, el cliente siente que comienza a ganar algo … aunque no sea una ganancia real, si lo es percibida.