De pronto parecería que el concepto de polimor sorprende … puede ser que sí, pero al marketing no: hace tiempo que el poliamor se impone en el marketing.
Por un lado tenemos a los consumidores / clientes cultores del poliamor. Son los principales defensores del amor múltiple: es que en ellos la infidelidad es una ventaja evidente. Vivir en el poliamor le permite disfrutar de las ventajas de la variedad de la selección y de las múltiples opciones. Toman lo mejor de cada una y no se casan con nadie, son cada vez menos los aun fieles, y ese poliamor se da hasta en casos que parecería imposible que pase … y pasa.
Pero las marcas también aceptamos y propulsamos el poliamor. Sino … ¿cómo se entiende tanta desidia en las relaciones?
Por convicción, por desconocimiento o por resignación, pero las marcas se han rendido al poliamor marketinero. Lo aceptan y no hacen lo suficiente para seducir e invocar al amor único. Es que el amor único requiere apostar, invertir, privilegiar, ceder y ocuparse. Y definir una política “el cliente es lo primero”, pero en serio. Apostar por una única relación, y sufrir lo que eso requiere. Pero parece que ese sacrificio no vale la pena: entonces ¡viva el poliamor!
El poliamor marquetinero no es moda, es una realidad consolidada. ¿Reversible? Aquellos que lo intenten seguramente disfrutaran de aquella máxima del marketing: una clientela fidelizada es el mejor activo que podemos tener.