Siempre me gustó hacer deporte y desde chico practiqué varios. Los que jugué fueron siempre deportes colectivos, grupales, donde se vivían los triunfos y las derrotas entre todos: se compartían así las victorias y se consolaban las derrotas.
Ahora de grande incursioné en un deporte individual, el squash, y hace poco participé de mi segundo torneo. En el primero me fue bien, pero en el segundo no tan bien: perdí y por bastante en mis últimos partidos.
Esta situación me hizo experimentar una nueva sensación deportiva. Acostumbrado a los deportivos colectivos, el que perdió en este torneo, no fue un equipo: fui yo. Difícil perder, difícil aprender a perder. Porque el perder en solitario te enfrenta con tus debilidades, con tus limitaciones, pero con tus miserias también. Porque nadie quiere perder, y cuando uno pierde, es difícil de admitir en solitario: es de una madurez extrema admitir que el otro es mejor, y que el partido se perdió porque el otro se lo merecía, y no porque el otro hizo trampa, o el referí se equivocó, o la cancha, la pelotita o la humedad. Perder, y punto.
Pero el perder abre un escenario nuevo: el tener que compartir esa situación. Perder te pone en el umbral, en la puerta de la secta de los perdedores. El compartir la derrota genera en los otros sentimientos lejanos a los ideales: lástima, compasión, juzgamiento. La línea entre admitir perder y ser un perdedor comienza a ser muy fina: ¿Cuántas derrotas se pueden contabilizar y compartir? ¿Puede ser uno igualmente respetado si pierde, contando solo el mérito de intentarlo? Es más, ¿es el lado donde uno quiere estar o ser visto? Porque en definitiva, termina siendo un rito de percepción ajena: los perdedores, pierden, y vos sos un “perdedor” irremediablemente.
Así como se requiere madurez para admitir la derrota, se requiere más madurez para no dejarse caer hacia el lado de los perdedores: perder no es ser un perdedor. No se miden con la misma vara, a pesar de parecer sinónimos. Cuesta admitir que uno puede perder, y no por eso ser un perdedor. Perdedor no es el que pierde, sino el que no intenta. Se puede ser un gran perdedor, aun ganando.