El otro día, uno de mis hijos, me miró seriamente y me dijo: “no me des órdenes, no me gusta”. Claramente en una relación padre – hijos, siempre surgen estos conflictos, y en mi rol de padre uno encuentra ciertas “resistencias”, pero su mensaje fue claro: “NO ME GUSTA”.
Es que… ¿a quién le gusta que le den órdenes? Creo que en eso estamos todos de acuerdo.
Si es así, ¿por qué desde el marketing nos encanta darles órdenes a nuestros clientes y no clientes?
Como muestra basta un botón… basta hojear una revista, o ver los carteles publicitarios en la vía pública, o los banners “creativos” de Internet. Todos nos llaman a la acción, gritándonos que hagamos algo, con tonos muy imperativos. “Disfruta”, “Llamá”, “Comprá”, “Bajate”.
El factor “push” en modo mediático. Es resultado de poner el objetivo antes de las formas. Necesito clientes, necesito clicks, necesito ventas, necesito, necesito…. Por eso te ¡PIDO, IMPLORO, GRITO!
El marketing es más complejo que eso. Es la era de la sobreoferta, de la sobreabundancia de comunicación, una época donde abundan opciones, y donde la escasez está del lado de la demanda. “Peleamos” en buena ley por tratar de capturar la atención, bolsillo, preferencia de los clientes, que son los bienes escasos. ¿Y lo pretendemos hacer DANDO ORDENES?
Nuestros clientes no son nuestros hijos, ni nosotros sus padres. Aún con nuestros hijos, se sabe que hoy que más que la orden, lo que sirve y se aconseja es la comunicación, el ida y vuelta, la paciencia y el razonamiento conjunto. Reforzar los vínculos más que la orden plena, y el juego (y las emociones) como mejores factores decisivos.
Dicen que en las pequeñas cosas están los verdaderos mensajes. En su resistencia, mis hijos me han compartido una gran verdad del marketing.