El título alude a un dicho bastante popular que se aplica coloquialmente a las relaciones de pareja, donde al momento de cortar una relación, en lugar de endilgarle al otro las causas de la decisión, se decide por el camino de la autoincriminación y la mea culpa como principal motivo para la acción. Una salida para evitar la confrontación y el tener que decir la sincera verdad … porque se cree que no vale la pena sumar honestidad a la decisión, en un escenario de no vuelta atrás.
“No estaba trabajando bien, no estaba performando como esperábamos”, me compartió en confianza el gerente de una consultora boutique. “Decidimos el reemplazo, pero cuando se lo comuniqué no fue nada fácil”, siguió con el relato. “Le dije que en realidad era un tema de números, no le mencioné que no estaba contento con su trabajo”, me dijo con algo de culpa. “¿Para qué?, no quería entristecerla más”.
Un claro ejemplo del “no sos vos, soy yo”, pero aplicado al trabajo. Pregunto entonces: ¿qué tan sinceros somos en las relaciones laborales? ¿Somos sinceros cuando damos nuestra devolución, aún en situaciones extremas? Es más, me pregunto: “¿vale la pena ser totalmente sinceros?”
Es que el otro importa y bastante, y no está mal pensar por un momento, que es lo que al otro le pasa y que es lo que al otro le puede servir; pero también pensar qué va a tomar el otro y para qué. Es que en definitiva, lo que pasa en las empresas no se escapa mucho de lo que pasa en las relaciones personales, ¿no?.