“¡Hagamos un business case!”
Es la propuesta que se escucha generalmente a la hora de querer evaluar una inversión, un negocio, un proyecto. Es un ejercicio matemático/económico/financiero, para entender si la inversión que se realiza “vale la pena”, se repaga y en cuanto tiempo eso ocurre.
Por supuesto, como es un modelo, es una simplificación de un negocio, y contiene certezas por un lado, pero también supuestos (con más o menos grado de certeza). Algunos de estos supuestos son débiles, dados que son supuestos de situaciones totalmente ajenas o susceptibles de cambios drásticos debidos a la empresa, al proyecto o al contexto. Son entonces ejercicios analíticos adecuados, pero seguramente no suficientes para una toma asertiva de decisión sin riesgo.
Pero lo más interesante, es su escasa vida útil y su rápido olvido. Sinceramente: ¿los business case se guardan, atesoran y se convalidan en el tiempo? He visto muy pero muy pocos casos donde, pasado el tiempo y los años, se valida y compara lo que se pensó en su momento vs lo que pasó realmente. El ejercicio de ver si lo que se supuso en su origen se concretó en la realidad, es un acto que parece no ser necesario o que tenga valor. La decisión ya se tomó: listo.
Propongo humildemente que los business case tengan una vida larga y más útil que la actual. Que no sea sólo un ejercicio inicial fundamental, para luego pasarlo al olvido, sino que sigan siendo una referencia siempre.
En definitiva, mantengamos vigente el business case de origen, no sólo para entender el desvío real, sino como gran lección y fuente de aprendizaje.