M. tiene mi edad, es un poco más grande, lo conocí cuando yo estaba en la secundaria y es el hermano mayor de un amigo mío.
No había escuchado hablar de M. desde hace más de 30 años. Pero, hace poco leí una publicación donde se menciona a M. y dónde se comunica que había sido nombrado como Director y máximo referente en una empresa de comunicación de Latinoamérica.
Al leerlo, me sorprende. “¿Estamos hablando de M.?” “¿Del mismo M. que conocí cuando era chico?”. Ante la duda, llamo a un amigo en común, que lo conocía de chico al igual que yo, y que es de la industria. Me contesta: “Sí, por supuesto, es el mismo”.
Le repregunto: “Pero… ¿es el mismo mismo M.?” “¿El que conocimos de chico?”. “Sí”.
Es que M. era un chico muy especial, pero ante todo, un intratable, con terribles problemas de conducta, bordeando la delincuencia, expulsado de varios colegios y terminando a gatas el secundario. Con reacciones que aún me acuerdo, era un chico difícil, con gestos y comportamientos a veces de temer. A quién seguramente, si uno le vaticinaba un futuro, era más negro que blanco.
Sin embargo, el hoy parece indicar otra cosa.
Me dice mi amigo “Si, me lo crucé varias veces. Un gran tipo, excelente persona, y muy capaz”.
¿Entonces? ¿Puede ser que las personas cambien tanto? ¿A tales extremos? Parece que sí, sorpresas que da la vida, y donde M. parece ser un ejemplo para mí, sorprendente.