No en todos los goles que uno hace en la vida de los negocios y las empresas, se termina mirando a la tribuna, haciendo un saltito característico, besándose la camiseta y con los compañeros abrazándote y felicitándote efusivamente – con el DT a lo lejos aplaudiendo y la hinchada vitoreando tu nombre.
Es que lo lindo de hacer goles, es el festejo y la felicitación, ¿no?
No siempre…
Hay goles que se hacen y que pasan desapercibidos. Es más, son seguramente goles que requirieron trabajo de mucho tiempo, esfuerzo, remarla y mucho. Yendo contra la corriente, contra la opinión de muchos y con todas las adversidades a flor de piel. Son los goles que más se deberían disfrutar, y sobre todo donde deberían llovernos tsunamis de felicitaciones.. y que sin embargo lo que recibimos es el eco silencioso de un estadio vacio …
Es que muchas veces nos toca hacer ese trabajo, pero en segundo plano, actuando ajedrecísticamente pero sin exponernos demasiado, moviendo fichas en varios lados para torcer voluntades y lograr que la cosa avance, apelando a distintas acciones para desarmar nudos y resistencias, avanzando de a poco sin que se note. Y cuando viene el gol, lo hacen otros, lo festejan otros, y uno lo vive o detrás del arco, o arremolinados en el banco de suplentes o a veces sin siquiera tener el derecho de estar en la cancha.
Y, ¿saben qué? Llega un momento en que todo esto NO nos importa. En que el festejo y la foto para los hinchas se la dejamos a otros. Nos alcanza con el deber cumplido, y con el calor de la satisfacción personal. Una mueca de autocomplacencia, es suficiente. Cuando eso pasa, le damos la gran bienvenida a la madurez profesional.