En los últimos meses estuve haciendo algunos arreglos en mi casa, y contraté a un carpintero, que no tuvo el comportamiento que habíamos hablado. Ausencias, faltas, tener que estar demasiado encima en detalle, etc. Cosas que suelen suceder cuando contratas trabajos.
A la hora de abonarle y cancelar el trabajo, me senté con él, con la idea de darle “feedback”. Repasé con él lo que habíamos convenido, y lo que había faltado y compartido punto por punto lo que no había resultado. Un feedback completo, sincero, con ganas de construir y aportar.
¿El resultado? Sentí que hablaba y que al otro le entraba por un oído y le salía por el otro. No sé si esperaba mucho, pero sí que por lo menos tuviéramos algún acuerdo y alguna aceptación del otro. NO LO LOGRE. Solo me encontré con una persona que se puso a la defensiva, que no admitió nada, y que la culpa no fue nunca de él, sino de factores externos. Cero admisión.
Esta situación… ¿no le es familiar? ¿No es algo que se ve mucho en el mundo corporativo de las empresas? Las organizaciones empujan, fomentan y estimulan el constante feedback. Ahora bien ¿sirve?
Tenía un jefe hace muchos años que siempre decía: “el feedback es un regalo”. Y un cliente reciente que siempre dice: “la gente no cambia”.
¿Dónde está entonces “la verdad”? ¿Sirve de algo dar un feedback sincero a los grupos y empleados? ¿De qué depende?
Esta vez, no voy a cerrar con una opinión propia, sino que escucho sugerencias u opiniones de quienes me quieran aportar al tema.