Si algo caracteriza a un buen gerente, es tener sus espaldas anchas. ¿Qué quiere decir? ¿Para qué?
No nos referimos a un aspecto físico, sino simbólico. Espaldas anchas para contener muchos de los temas que pasan, cual Atlas sosteniendo al mundo, para bajarle a su gente las cosas más digeridas, asequibles y más fáciles de manejar. Es rol del gerente contener la incertidumbre, y traducirla en cosas concretas para trabajar y resolver.
Poder dar claridad, luz y tranquilidad, en la oscuridad de la problemática cotidiana, ser un faro concreto en el rumbo a seguir y hasta bajar las coordenadas precisas del rumbo que lleve a puerto. Es que si no es así: ¿de qué sirve un gerente que sólo retransmite presión y problemas? ¿Dónde estaría aquí su aporte? Es en esta gestión de contención y traducción donde se encuentran una de sus mayores características diferenciales y necesidades esenciales del rol.
Es que sino es en esto, ¿en donde entonces reside su aporte de valor?
Tener estas espaldas anchas representa también aguantar los problemas. Dar la cara ante los jefes, proteger a los empleados, y sobretodo defenderlos. “Bancar la parada” sería en castellano coloquial.
En definitiva, tener las espaldas anchas es la suma de una gran capacidad de gestión sumada a una gran dosis de valentía y don de bien. Fórmula explosiva si la hay.