Hay una famosa película argentina de los años ’80 llamada “Esperando a la carroza” que tiene frases memorables y que aún hoy se recuerdan. Una de ellas es “yo hago ravioles, ella hace ravioles …”, donde una mujer se queja que su amiga la copia en todo. Vean el video.
En marketing, donde mirar al otro es parte de su esencia, en esa mirada competitiva surge irremediablemente la alternativa lógica de copiar al otro. Si el marketing del otro es bueno, lo copio. ¿Está mal copiar?
El tomar del marketing del otro y hacerlo propio, es un camino válido, y más si es validado por los clientes. Si a los clientes les resulta ok, no hay que pensarlo demasiado: es una opción, y una oportunidad.
Es más, hay veces que la copia puede ser mejor que la original.
El problema es cuando mi marketing se convierte en un reflejo casi perfecto del marketing del otro. Puede ser copiar un poco, algo, poco, mucho: el tema es qué resulta de esa copia. Porque si bien podemos mejorar al otro, la realidad es que mi marketing no dejaría de ser algo simulado: la esencia, el origen, está en el otro.
En ese camino, el otro me gana: si lo vio nacer, si tuvo la inspiración, tiene muchas más chances de mostrarse como un marketing natural, sincero, genuino, legítimo. Por más que me disfrace y lo reinvente y lo encuadre, mi marketing será siempre una consecuencia envidiosa de una creación del otro. Y eso se notará.
En definitiva, el marketing del otro es un lugar de contraste, de inspiración y de realidad, pero no debería ser mi estrategia. Busquemos nuestro propio espacio, nuestro propio impacto, nuestro propio ser, para que mi marketing pueda querer ser el marketing del otro, y no al revés.