Resumen de una reunión de hace no mucho. En la misma se planteaban espontáneamente ideas, pero las que se iban generando eran rebatidas una a una por su jefe: “No, no me parece”. “Um, no creo”. “No, para nada”. “Claramente no, no es por ahí”. Lo más llamativo, más allá que el contraargumento parecía correcto y estaba bien enfocado, era la presencia del no muy presente, como primera respuesta ante cada sugerencia.
Abro paréntesis: hace algunos años participé en un offsite de la presentación de un grupo de improvisación de teatro, donde luego de su performance nos compartieron las claves de forma de trabajar. Me quedó algo grabado: el hecho de que ellos erradicaron el NO a la hora de improvisar. Argumentaron que el “no” no les permitía crecer en la construcción de la trama, dado que no permitía el enriquecimiento y el fluir de las ideas.
De esta forma, y atando las dos experiencias, surge la reflexión: ¿Qué tanto utilizamos el NO en nuestras reuniones diarias? ¿Cómo tomamos las ideas que van surgiendo? ¿Cerramos o ampliamos?
En definitiva, el “erradicar el no” puede ser una forma inteligente de crear mejores ambientes de trabajo, más creativos y con mayor potencial. Llevar la creatividad a otro nivel, recreando a menor escala las maravillas que generan los grupos de teatro de improvisación con muy pocos elementos.