Imaginen esta situación. Lo citan de una empresa para una reunión (ya sea una entrevista de trabajo, una primera reunión para un futuro negocio, o la posibilidad de presentar una propuesta). Lo atiende la recepcionista, le sirve café y agua, y le pide que espere. Pasan 15 minutos. Pasan 20 minutos. Pasan 30 minutos. Y nada. ¿Qué hace? ¿Hasta cuanto tiempo debería esperarse en una situación así?
Es una situación real, que me ha pasado varias veces. Por eso la planteo como ejemplo. Con el tiempo, he encontrado “mi” medida de la espera en estas situaciones. ¿Cuál es?
Al principio pensé que la espera dependía del compromiso posterior. Es decir, si no tengo nada después, espero. Si tengo una reunión después, no.
También pensé que la espera dependía del grado de interés que tengo en reunirme con esa persona. Si estoy detrás de un negocio importante, espero hasta cuando sea (alguien me dijo una vez: “me quedo a dormir si hace falta”)
Pero luego me di cuenta, que esos factores pueden influir, pero no es lo que más me importa. ¿Cómo lo decido yo? (aclarando que es algo muy personal).
Para mí lo que hace la diferencia es si la persona “con la cual tengo la reunión”, durante la espera me viene a saludar y pedir que me quede o espere. En ese mínimo dialogo se puede establecer esperar, o arreglar una próxima reunión. Pero es el gesto que valoro y que hace la diferencia. Me demuestra interés, preocupación por el otro y que estamos hablando entre pares.
Si esto no ocurre, lo que hago es avisar a la persona que me recepcionó que me debo ir y que nos contactamos para una próxima cita. (Ahora, mágico o no, en ese momento de decisión muchas veces… aparece la persona que estaba esperando).
En síntesis, mi tiempo vale tanto como el del otro. Es importante hacerlo valer y notar. No hay problema o atraso que justifique no tener la atención personal de avisar de esa situación.