El otro día veía tranquilo a la noche un programa de TV, y me detuve en un comercial de un producto masivo pensando “¿existe esa situación que plantea el comercial en verdad?” O peor: “¿existen esas personas o ese mundo en la vida real?”
El marketing pide y exige el poder vincularse con los consumidores y sus necesidades o deseos. La mejor forma de conectarse con esta realidad es a través de un sincero entendimiento de lo que les pasa, y luego (como algo fundamental) incluir ese conocimiento en lo que decimos y hacemos como empresa, producto o marca.
Dicho esto, ¿así sucede?
Cuando dentro de la realidad de lo que se muestra, no se tiene en cuenta a la gente y a los consumidores, surge una desconexión muy evidente. Cuanto más nos alejamos de la realidad circundante, más nos alejamos de lo importante: nuestros consumidores de carne y hueso. No nos quejemos luego de que bajan las ventas o cae la recordación de marca… ¡si hicimos todo lo posible para que nos ignoren!
Entender lo que le pasa y cree la gente, empatizar con los problemas y sus inseguridades, acercarse a ellos para ayudar y no para vender, cubrir huecos emocionales que están esperando para ser cubiertos llenando de contenido cercano y relevante, todo eso hace la diferencia. Para eso, hace falta la conexión y empatía, pero también coraje de querer bajar del Olimpo divino a tratar con los meros consumidores mortales en sus mismos términos e infiernos.
Si nos ponemos a la par, si logramos hablar de lo que ellos hablan, si comunicamos con las mismas palabras y tratamos las problemáticas que a todos les ocurre, ahí hacemos marketing real y cierto. Salir de la cápsula, conectar el marketing con el mundo verdadero, es el desafío de hoy y siempre.