Mis hijos cuando quieren algo y no se lo damos, se enojan, patalean, hasta hacen berrinches. En definitiva, actúan así cuando no se les dá lo que quieren, reacción así ante el límite.
¿Existe el capricho también en el mundo corporativo? Sí, y hasta se expresa parecido.
Se da cuando se quiere imponer una idea o un concepto donde no existe consenso, pero igual se pretende que el mismo prevalezca. En esa búsqueda de la imposición, existen varias formas de lograrlo. Una de ellas, es la imposición por capricho. Como lo presenté al inicio, el capricho remite a la infancia, y en la adultez surge también cuando no se hace lo que uno quiere, cuando no puedo imponer en el otro la forma en que yo quiero que las cosas sucedan o se hagan. ¿Y cómo reacciono? Con un capricho.
Es una reacción infantil, pero que en los adultos puede desnudar grandes miserias. Porque la imposición por capricho tiene recursos mezquinos para su pretendida imposición. La más común es marcar el error en el otro, desnudando siempre la “falta” en el prójimo.
Sigo buscando imponerme en el otro, pero no esta vez a través del consenso, sino desde la descalificación. Situación que se “ventila” nunca directamente, sino a través de canales informales, aunque el “otro” lo termine conociendo siempre. Se entera obviamente y empieza el descontento mutuo, una espiral negativa difícil de desandar.
En síntesis, como no logro convencerte, igual caprichosamente quiero imponerme. Y lo hago desacreditando al prójimo.
¿Adónde te lleva el capricho corporativo? A ningún lado, o a ningún lado positivo.
La clave entonces es tratar de frenar el impulso natural de la descalificación como forma de imposición. No construye, sólo destruye. Así cuando chicos, en algún momento dejamos de lado el capricho como método, así de adultos hay que utilizar otros medios para hacernos valer e imponer nuestras posiciones ante la adversidad.