Desde hace ya un tiempo y antes de toda esta época del covid y pandemia, se ha instalado en los diálogos, reuniones, cruces de palabras y opiniones en las empresas y negocios, un tono bastante particular.
La mejor definición que me surgió para describir ese tono, es de “aspereza” (de áspero, algo poco suave y rugoso, desagradable a los sentidos). Se percibe una cierta no fluidez en el intercambio entre las personas y sus pareceres, donde existen posturas rígidas y poco flexibles como parámetro standard. Donde lo que se va diciendo y comentando, pasa siempre por el escrutinio del propio parecer pero desde una mirada muy de arriba y poco empática. La escucha plena y abierta está poco presente, y siempre condicionada a propios filtros muy exigentes de mi máxima conveniencia. Con el yo delante del nosotros como medida única. Con la tensión a flor de piel, sin permiso para el relajo o el error; y si es ajeno, carne de cañón y blanco fácil para la crítica muy despiadada de pares y jefes.
¿Qué ha pasado para que la “mala onda” se haya instalado y arraigado tan fuertemente? ¿Por qué transitar la vida laboral (que ocupa tanto de nuestro tiempo diario) en un estado de tanto stress?
Difícil caracterizar las causas, dado que como mucho en la vida, es seguramente multicausal, y poco esperanzador de que, si se detectara una de mayor peso, erradicará la situación y pasaríamos mágicamente a otro estadio más disfrutable.
¿Qué nos queda entonces? Como siempre la propia acción individual. Pensar y chequear como se encuentra el humor en los ámbitos propios de actuación. Vernos desde afuera como contribuimos o no a esa aspereza negativa, y ser los primeros propulsores de un ambiente más cordial y fraterno. Seguramente un granito de arena en un ambiente hostil más general, pero un gran avance en los propios microclimas de trabajo. “Por lo menos aquí, se respira buena onda” podría ser un gran slogan y señal para el equipo que nos toca conducir. Con ese poco, seguro se logra mucho.