Hay un aspecto que cruza todos los aspectos de la vida y también al de los negocios.
Es el aprender a aceptar que se perdió (que da título a la nota).
Siempre se habla de las enseñanzas que nos deja el perder, que debemos tomar lo bueno de esas circunstancias, repasar lo que salió mal y extraer de esas vivencias pistas para no pisar el palito nuevamente.
Pero hay un acto, un gesto antes de la reflexión post pérdida: es el saber aceptar el perder. Ese aceptar no es reflexionar sobre la pérdida, sino simplemente entender que ya está, “perdiste”: que no tenes chances de dar vuelta la cosa, de cambiar el rumbo, de modificar el juego, de revertir el resultado negativo.
Es el momento del gran dolor, del saber que ya está, que no hay vuelta atrás, que lo que se proyectó ya no va, que no va a suceder. Incluso teniendo razón, toda la razón, o incluso bajo el manto de la verdad, o con la justicia de nuestro lado. No importa: si es ya pérdida, hay que aceptar el destino, las circunstancias, el final.
Insistir, creer que se puede, puede muchas veces ser llamado tenacidad, constancia y garra. Pero también necedad, ceguera y suicido (propio o colectivo).
En definitiva, el aprender a aceptar que se perdió, cuanto antes y a tiempo, nos permite tirar la toalla antes, evitando la paliza, dándonos la chance de alguna revancha tal vez en el futuro. Si sostenemos la pelea demasiado, quedamos tal vez tan golpeados que no servimos ya para otro intento. Pensemos entonces que, a veces, el saber aceptar perder puede ser, tal vez, una jugada ganadora.