La nota de la semana pasada tuvo una interesante repercusión y recibí varios comentarios sobre el tema, donde más de uno se vio identificado en esta aceleración que se vive en el día a día de nuestras vidas.
Ahora bien… esta aceleración no es solo propia de los seres humanos y los hábitos, sino que trasciende al ámbito de los negocios. En parte por la propia dinámica competitiva, y en parte por la propia respuesta que esperan los clientes desde su propia ansiedad. Hoy todo requiere un grado de acción y respuesta a una velocidad distinta a lo que se esperaba tiempo atrás. Esa respuesta que podíamos esperar días, hoy se permite que pase en solo horas. La oferta hacia el afuera es sumamente más celera y rápida. Y para que pase, todo tiene que tener una velocidad interna desde las empresas totalmente distinta. Lo que se haga tiene que estar en una velocidad crucero a todo vapor.
Surgen las respuestas metodológicas ante la demanda de aceleración. Desde los mvp (producto mínimo viable: en criollo, salgamos ya con algo y no esperemos a tener todo resuelto), proyectos cada vez más acotados en tiempo, procesos de desarrollo de productos con un time to market cada vez más cortos, o las modernas metodologías ágiles que ya desde el título invitan a la aceleración. Un ejemplo más que actual es la vacunación COVID: tuvimos vacunas en tiempo record, en menos de 1 año cuando antes pasaban años.
En definitiva, las urgencias del negocio están ahí, y no se pueden evitar. El gran desafío es entonces (y ligando esta nota con la de la semana pasada) cómo responder a esta necesidad de respuestas rápidas, inmediatas y aceleradas, con una posición y entendimiento de nuestra vida y forma de encarar el trabajo sin ser presas de este acelere. Esta demanda de los negocios le pone mayor complejidad al cumplimiento efectivo competitivo, pero no debemos olvidar la conclusión de la nota anterior: la ansiedad y el puro vértigo no son la respuesta correcta, aun ante la demanda y los tiempos escasos actuales.