“15 años viniendo todos los días a trabajar. Nunca llegué tarde, y no falté nunca – salvo vacaciones “, me contaba no hace mucho una persona allegada, triste porque había dejado de trabajar en una empresa a quien según él “le había dedicado gran parte de su vida”.
Me confesó además. “Hay algo que si yo siempre creí, ingenuamente: que esta relación era para siempre”.
Es que la relación de dependencia entre empleados y empleador es un supuesto reaseguro de empleo, que en realidad en la práctica es más que frágil. Es un contrato que supone una vigencia en el tiempo que da seguridad y cierto alivio pero está lejos de ser permanente o eterno.
Los que estamos y estuvimos en ambos carriles, sabemos que tanto la relación de dependencia o el trabajo independiente, ambos se basan en un mismo principio: la inestabilidad. No hay contrato que garantice nada.
¿Entonces, existe o cuál es la verdadera relación de dependencia?
Hay un único condicionante para lograr la verdadera dependencia: ser lo más imprescindible posible.
Que una posible futura ausencia pese tanto que se decida descartar y privilegiar el mantenerse “contratado”. Que se prefiere que esa persona esté cerca, que participe, que sea parte, que contribuya (vs el dejarlo ir o no estar).
Esa ligazón se construye de varias formas: en mi experiencia lo que más pude ver es que no siempre es por un tema de conocimiento o expertise; muchas veces se basa más en el buen relacionamiento, en la confianza generada y el don de gente. Por ahí tal vez exista una chance para una real (aunque siempre inestable) relación de dependencia.