En las últimas semanas, he recomendado a dos personas para dos trabajos, personas conocidas y de confianza y que se pueden recomendar para un trabajo. Ninguno se contactó conmigo para agradecerme el contacto.
Hace unos meses me cruce con un conocido, quien me contó que había sido nombrado en el directorio de una empresa financiera y de inversiones. En la conversación, le recordé que hace 10 años le había presentado al dueño, y que tuvieron una reunión, que en ese momento no prosperó el vínculo. No recordaba el hecho.
Hace pocas semanas me encontré con un colega que está haciendo una fantástica carrera en marketing en una empresa. Lo felicité por el salto que hizo hace pocos años de una área operativa a un área comercial, y como en un almuerzo hace años, le tiré la idea del cambio y como se resistía en ese momento. No recordaba esa conversión.
En estos días se está haciendo una acción de marketing en un cliente, que está resultando muy exitosa. La idea original fue mía, pero en el transcurrir de los días, el origen de la idea se fue diversificando (con varios dueños nuevos encima).
¿Qué tienen todas estas historias en común?
La falta de reconocimiento.
El reconocimiento es vital para las personas, para las empresas y para los empleados de las mismas. Nos movemos en función de emociones, y el reconocimiento es de las emociones corporativas la más usada, efectiva, pero también muchas veces olvidada.
La mirada del otro siempre nos nutre, y si es en función de una acción nuestra, es esperable que uno se encuentre a la vuelta de la esquina con el agradecimiento, la felicitación, el reconocimiento, el aplauso. ¿Y si eso no ocurre?
Creo que en el desarrollo profesional de las personas, existen ciertos hitos que hablan de la madurez que uno puede alcanzar como “manager”. Uno de esos momentos, es cuando uno puede o quiere hacer las cosas, sin esperar nada a cambio o sin necesitar el combustible del reconocimiento y el gesto ajeno del deber cumplido.
Es ahí, donde lo que tiene que prevaler, es la mirada interna sobre la ajena. Donde la mirada externa no es determinante, ni condicionante de nada. Donde “la medida” es nuestra propia medida, y donde lo externo realmente no importe. NO importe nada o poco. Pasa a ser relativo.
¿Se puede? Hay que ser muy maduro, muy seguro de nosotros mismos, muy “profesional”. Sin ser soberbios o autosuficientes, sino realistas. Donde la evaluación de nuestra acción sea dada por nuestra mirada, y nada más. Donde no esperemos el reconocimiento para nuestra satisfacción. Difícil, posible, pero cuando se alcanza…muy liberador.