El miedo al despido es más que entendible. El ser echado de una empresa, el tener que enfrentar la condición de desempleado es una experiencia dolorosa. Y como todo dolor, nadie quiere atravesarlo. El despido representa pérdidas, cambios, problemas, crisis, que nadie quiere pasar a priori, porque todos sabemos (por experiencias propias o de otros) que el despido es tal vez una de las peores experiencias que se puedan tener.
El despido representa empezar de cero, despojarte de un apellido protector, volver a ser vos: solo en tu propia integridad. Es salir al ruedo a pedir ayuda, y encontrarte con la cruel mirada de la gente, que te puede recibir de muchas maneras: muchas veces con aprecio o comprensión, pero muchas otras con desdén, desprecio y olvido. Las peores miserias, surgen en un despido, ya sean miserias propias y ajenas. Con el tic tac del reloj “colchón”, es fácil decirlo pero difícil poder mantener el norte y la calma y temple entre tanto mar revuelto.
Dicho esto, y sabiendo lo que esto significa…
No tiene mucho sentido tener miedo al despido. El despido es como un tiro de flecha en el medio de un bosque: puede venir de cualquier lado. A veces se ve venir, pero a veces no. A veces es justo, pero la mayoría de las veces no, por una propia miopía, o por injusticias ciertas. Al mejor soldado le toca una derrota; hasta a los mejores empleados, les tocó morder el polvo, por razones difíciles de explicar, pero que nos indica que poco se puede hacer antes para prevenir el destino.
De esta manera, no tiene sentido tenerle miedo al despido, porque poco se puede hacer para prevenirlo. Es como el transeúnte al que se le cae un piano en la cabeza: es cierto que podría haber caminado por la vereda de enfrente, pero nada le hacía prever tal vital información.
Pero…
Si es importante ver que estoy haciendo para calmar hoy ese miedo al despido. Esa revisión es más valiosa que cualquier prevención. ¿Estoy faltando a mis principios? ¿Estoy bancando cosas que no debería? ¿Estoy trabajando demasiado, a costas de mi salud? ¿Estoy dejando de lado cosas importantes, como la familia, tiempo para mis seres queridos, o aún tiempo para mí?
Podemos sumar más inquietudes a la lista: ¿ese miedo me lleva a tratar a la gente como no debería? ¿A colaboradores internos, pares o de terceras empresas? ¿Qué imagen estoy proyectando fruto de ese miedo? ¿Soy ese que se muestra o el verdadero yo es muy distinto? ¿TODO VALE por ese miedo al despido?
En resumen, luego de un despido, lo que muchas veces vale son las cosas que hice poniendo en riesgo el no despido. Lo que te va a dar siempre oportunidades son por supuesto las capacidades propias y el esfuerzo, pero en un escalón superior las relaciones que se supieron establecer con la gente. Casi como una prueba ácida, vale esta pregunta interior: “¿por miedo al despido, estoy actuando como mala persona?”