Cuando se piensa en una oferta para un producto y servicio, es muy común escuchar la apreciación de que lo presentado es interesante, porque presenta una buena relación “precio-calidad”.
Ahora bien, a qué se refiere con ¿buena relación?
Una primera lectura sería descifrar que, por lo que se paga, se recibe un producto a un precio “justo”. Es decir, que lo que se paga está en línea con lo que se recibe: existe cómo un buen balance, entre lo que se desembolsa y el valor de lo comprado. Clásica explicación, que tiene un gran problema: no tiene ningún atractivo. Porque… ¿dónde está la gracia de recibir lo que se espera? No tiene sorpresa, encanto, atractivo.
Hay que romper con este entendimiento clásico: la tarea del marketing es precisamente “desbalancear” esa relación.
Es que hay valor, cuando precisamente la relación es desigual. En los extremos, cuando el producto o servicio me da mucho… por muy poco precio o valor (incluso gratis). Ejemplo para entender: si me bajo una aplicación gratis que me permite escuchar música sin pagar nada, es un extremo del desbalanceo: agrega valor en forma increíblemente atractiva.
En el otro extremo, están aquellos productos que se “paga” de más, por algo que no parece valer tanto, pero igual se paga o se quiere pagar. En esta categoría deambulan por ejemplo, los productos o servicios Premium, muchas veces justificados por la calidad, o en otros casos donde la marca “ampara y cubre” productos donde la calidad realmente no lo justifica.
De esta forma, desmitifiquemos la “relación” precio- calidad. Es en la búsqueda del desbalanceo donde hay que trabajar; romper, para sumar; desequilibrar, para atraer; desalinear, para agregar valor. En esta búsqueda está la esencia del marketing atractivo.