En las empresas existe una verdad fundamental que rige su existencia: la obediencia jerárquica. Especialmente en los niveles operativos y más simples, la empresa necesita de un contrato explícito: los jefes mandan, dicen lo que hay que hacer, y los empleados obedecen, acatan. La literatura de empresas ha sumado a esta verdad, elementos llamados “soft” para que esta relación sea lo más llevadera posible: las motivaciones, los buenos ambientes de trabajo, la camadería, la cultura y hasta el liderazgo, todos condimentos para suavizar esta relación troncal dura y fáctica.
Ahora bien, cuando se asciende en la estructura jerárquica, esta rigidez tiende a morigerarse. Las relaciones jefe-empleado se vuelven más de pares y el verticalismo pasa a ser menos furioso, dando lugar a otras formas de vinculación.
Sin embargo…
Pueden existir en las empresas un tipo de empleado/jefe (aún al más alto nivel, porque cualquier jefe tiene su jefe) que a mí me gusta describir como los “talibanes” de las empresas.
Son aquellos que responden a rajatabla y sin dudar, acatando todo, hacen todo lo que su jefe les indica, con un verticalismo absoluto. Priorizan el obedecer y el quedar bien, aún por encima del propio criterio, esgrimiendo casi nunca alguna opinión contraria o cualquier referencia a un no. Su accionar es muchas veces valorado y valorizado por los jefes, conscientes de tener en su harén un soldado incondicional, y a prueba de todo y nada.
Ahora bien, y mirando fijo a los jefes de turno: ¿es realmente el tipo de empleados que se deben tener? ¿No deseamos como jefes tener gente que pueda nutrirnos desde otro lado? ¿Sumar criterios, aun cuando desafían nuestras propias verdades y certezas?
Los empleados-jefes talibanes suenan a realidades de otras épocas… a piezas de engranaje de un reloj que hoy parece atrasar. Sin embargo, los sigue habiendo y más de lo que uno piensa. Son entonces los jefes “modernos” los que tienen que sincerar que esperar y que es mejor para su organización: espacios de trabajo para sólo obedecer, o espacios donde el disenso sea bienvenido, aún a cuenta de perder poder de fuego y verticalidad.