Hay gerentes que son apostadores seriales.
No me refiero a ir a las carreras o visitar asiduamente el casino o jugar a la quiniela o lotería. Me refiero a apostar por la gente.
¿Qué gente? Gente con potencial, gente considerada con posibilidades, gente que aún parecería no estar lista y que a pesar de ella se les da la chance: una apuesta relacionada con su futuro.
En mi caso personal, tuve la suerte de contar con gerentes que desde mi temprana edad profesional han apostado en distintas estancias por mí. El Cdor. DePedro en aquella perdida sucursal bancaria, Ernesto Slapak al compartirme una búsqueda activa para ir a trabajar a otro lado siendo mi jefe, Mónica Curcio cuando me permitió ingresar al programa de Jóvenes Profesionales aún sin cumplir los requisitos mínimos; y acá más cerca en el tiempo, John Hudson al darme la oportunidad académica a pesar de no tener experiencia, o Roberto Dvoskin al apostar por mí a pesar de ciertas condiciones no favorables. La lista es larga, por suerte.
Mirandonos entonces a nosotros mismos: ¿cómo somos con relación a este tema? ¿Somos de apostar? ¿O vamos a lo seguro?
Porque la apuesta antes descrita no es gratis o fácil. Muchas veces arrastra costos que hay que asumir. Como todo riesgo, puede salir mal. Porque estamos hablando de apostar por gente, con incertidumbre y no siempre certezas. La apuesta significa “bancar” la apuesta; apostar pero acompañar, defender, mentorear y respaldar. Dar la cara, y también pedir perdón si la apuesta sale mal.
Por otro lado, y no es menor, el impulso que genera en la gente cuando se encuentra con un gerente que apuesta por ellos es impresionante; ese voto de confianza (que genera también una responsabilidad) es un enorme halago que llena de fuerza y coraje a los afortunados apostados. Que debería generar un efecto multiplicador: el que recibe la apuesta, a futuro “debería” apostar por gente, y así sucesivamente.
En definitiva, hay gerentes que apuestan por la gente, y hay gerentes que no. Ustedes, como gerentes … ¿de qué lado están?