El otro día estaba buscando en viejos mails un dato que necesitaba, y me crucé con un correo de un amigo que vive en España, y que en el mismo me describía como era su suegro: un empresario español de pura cepa y con rasgos muy marcados, que el describía de esta forma:
“” (…) Es una persona con una ambición especial, con visión de futuro, con sentido de la oportunidad, con tolerancia para el riesgo, con infinita capacidad de trabajo y superación. Gente optimista que ve oportunidades donde otros solo ven riesgos.
Ahora con la crisis de su negocio (…), sigue apostando en esa ruleta, que a veces ganas y a veces pierdes. Lo gracioso del caso es que muchos empresarios no pueden dejar de serlo aunque quieran, porque se les va la vida en ello. Muchas veces le hemos dicho a mi suegro que no le haría falta trabajar, sin entender que él trabaja como afición, cómo pasión, como hobby por cambiar las cosas”.
Lo interesante es que mi amigo cerraba su mail, con estas palabras que resumían su parecer sobre el espíritu empresarial en el contexto de un país.
“Un país que quiera tener éxito tiene que mimar a esta gente de manera especial porque de ellos depende el bienestar de una sociedad si las reglas son claras y el beneficio justo.”
Al leerlas, me surgió el título de la nota que presento hoy. En un contexto como el actual, donde se vapulea tanto al empresariado, se lo acusa parece de todos los males, donde todo lo que hace está mal e incorrecto, es importante recordar QUE tan importante, valioso y fundamental es su rol a la hora del crecimiento y desarrollo de las sociedades y la generación de riqueza, de prosperidad y de bienestar de la población. Si esperamos que venga por otros lares, o que llueva del cielo, esperaremos en vano.
Enhorabuena el espíritu empresarial, bienvenidos los que toman riesgos en este mundo, y mi agradecimiento con esta ODA no poética desde este humilde espacio de opinión.